lunes, 19 de marzo de 2012

MGP y Horas de Lucha, los legisladores


Manuel Gonzàles Prada-MGP HORAS DE LUCHA

Volvemos a preguntar ¿de qué nos sirven los Congresos? sirven de prueba irrefragable para manifestar la incurable tontería de la muchedumbre, al dejarse dominar por una fracción de gentes maleables, a medio civilizar y hasta analfabetas, sin la más leve inclinación a lo bello ni a lo justo, con el solo instinto de husmear por qué lado vienen los honores y el dinero, o hablando sin mucha delicadeza, la ración de paja y grano.
     A más de tenernos por cerca de medio siglo bajo la Constitución retrógrada de 1860, los Congresos nos han dictado la Ley de Elecciones y el Código de Justicia Militar: la primera que pone toda la máquina electoral en manos del gobierno, es decir, del Presidente; el segundo que sanciona todas las iniquidades posibles, desde la pena capital hasta la confiscalización de bienes, y coloca perennemente a la Nación bajo un régimen que no se disculpa sino en el estado de sitio.
     Mas, no sólo el Perú, casi todos los pueblos del orbe civilizado abrigan la ilusión de que el sistema parlamentario inicia y afianza el reinado de la libertad. Como un autócrata domina por la fuerza, valiéndose de genízaros o de cosacos, así un presidente constitucional puede ejercer tiránicamente el mando, apoyándose en cámaras de servidores abyectos y mercenarios. Congresos tuvimos en el Perú que valían tanto como un batallón de genízaros o un regimiento de cosacos. Venga de un solo individuo, venga de una colectividad, la tiranía es tiranía.
     Los Congresos sucederán a los Congresos pareciéndose los unos a los otros, legándose sus dos cámaras y su elocuencia, como los camellos se trasmiten sus jorobas y los cerdos su gruñido. Nuestros legisladores seguirán legislando, sin averiguar si causan admiración o menosprecio ni cuidarse de si el país acepta o rechaza las leyes, no pensando sino en recibir la consigna oficial y captarse la benévola y aprobatoria sonrisa del gran elector. En lo que muestran honradez relativa o fidelidad al compromiso: no siendo elegidos de la Nación sino hechuras del amo, al amo deben servicios y complacencias. Legislen, pues, los legisladores, hagan y deshagan de nosotros, quiten y pongan leyes, engorden y medren con su interminable secuela de parientes, electores y ahijados: Cromwell no se diseña en el horizonte, el pueblo no da señales de coger el azote y cruzar rostros en que rara vez asomaron el pudor y la vergüenza.
     Más aquí, no sólo el Congreso dicta leyes: legisla todo el mundo, y como hijos del Imperio Romano, somos legisladores en potencia. Alguien lo dijo ya: "Aquí legisla la Junta de Vigilancia del Registro de la Propiedad, legisla la Junta Departamental, legisla el Consejo Superior de Instrucción, legislan las Cortes y los jueces, legisla a diario el Gobierno, etc.".
     ¡Oh manía legiferante de los políticos peruanos! Quieren improvisar hombres a fuerza de imponer leyes: no hay organismos, y decretan funciones; no hay ojos, y exigen largavistas; no hay manos, y ordenan guantes. Quizá no existe candidato a la Presidencia, juez, diputado, bachiller, amanuense o portero que no archive en la cabeza su constitución, sus códigos, sus leyes orgánicas, sus decretos ni sus bandos. Todos guardan la salvación de la patria en algunos rimeros de papel entintado con algunas varas de proyectos y lucubraciones. ¡Cuánto político por afición atávica venida de su abuelo el conserje o de su padre el exsenador suplente! (Cuánto sociólogo por haber oído el nombre de Comte y saber la existencia de Spencer y Fouillée! Esos políticos y sociólogos, pretendiendo conducir a las naciones, nos causan el efecto de un mosquito afanándose por desquiciar a un planeta. Ocurren ganas de apercollarles y decirles:
     -¡Basta de reformas y proyectos, de logomaquias y galimatías! Más de ochenta años hace que ustedes viven chachareando en las Cámaras, desbarrando en los ministerios, rastacuereando en las legislaciones y dragoneando en los puestos de la administración pública. Vayan unos a carenar buques, otros a barretear minas, otros a mondar legumbres, otros a bordar casullas, otros a manejar escobas, otros a segar hierba o quebrantar novillos.
     La vergüenza del Perú no está en haber sido arrollado y mutilado por Chile (¿qué pueblo no ha sufrido mutilaciones ni derrotas?); el oprobio y la ignominia vienen de seguir soportando el yugo de tanto orador sin oratoria, de tanto moralizador sin moral, de tanto sabio sin sabiduría. Sí, ustedes son la carcoma y el deshonor del Perú, oh barberos y sacamuelas de la Sociología, oh Purgones y Sangredos de la política, oh charlatanes y confeccionadores de miríficas drogas para sanar y prevenir todas las enfermedades del cuerpo social.
     Cuando transcurran los tiempos, cuando nuevas generaciones divisen las cosas desde su verdadero punto de mira, las gentes se admirarán de ver cómo pudo existir nación tan desdichada para servir de juguete a bufones y criminales tan pequeños.
     1906

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